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Pyros palabra griega significa Fuego. Neos significa nuevo
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Quizá los que caminen por las sendas, bosques y cumbres de los Pirineos no sean conscientes de la apasionada historia que se esconde bajo sus rocas. Esta cordillera, que sujeta la península ibérica desde el Cantábrico hasta el Mediterráneo, como si de una cremallera se tratara, es escenario de nuevos y antiguos dioses. De personajes de leyenda. Un gran remiendo de 491 kilómetros visto desde la atmósfera como una gran cicatriz sanada a lo largo de miles de años. Y que representa, según la mitología griega, el gran e imposible amor de Pyrene y Hércules. Un gran túmulo funerario al más puro estilo helénico, que nos habla de la remota edad de los héroes. En la que las divinidades del mundo antiguo se paseaban por la tierra dejando en ella enormes marcas de su poder.
Eran los tiempos del rey Túbal, cuando en lugar de una cordillera, frondosos bosques ocupaban una extensa y rica llanura. Este monarca, procedía de un linaje directo de los descendientes de Adán, era nieto de Noé; y llegó a la península después del Diluvio Universal para gobernarla convirtiéndose en uno de los primeros íberos.
Fundó numerosas poblaciones que administró de forma justa. Este legendario gobernante tenía un hija, Pyrene, y tal era su belleza, que enloquecía a todo hombre que la conocía. Sin embargo, ella los rechazaba a todos fuera cual fuera su condición o riquezas. Hecho que no contribuía si no a seguir aumentando su fama y hermosura, convirtiéndose en la obsesión de muchos. Sin embargo, un día todo esto cambió para siempre con la llegada a este reinado de uno de los héroes más famosos de la Hélade. Heracles, o como se conoce de forma más común en el mundo latino, Hércules. Éste apareció por los parajes de Túbal con el fin de atravesar la península ibérica y completar los doce trabajos forzados que le había impuesto su mezquino primo Eurísteo. Este suplicio había comenzado cuando, tras beber un veneno de forma engañosa, Hércules perdió la razón y mató con sus propias manos a su esposa, sus hijos y dos sobrinos. Tras recuperar su ser, vio lo que había hecho y sintió un profundo e indescriptible dolor.
Por lo tanto, algunos de los castigos a los que fue condenado consistían en matar a la Hidra, capturar al jabalí de Erimanto o capturar al toro de Creta. Todos ellos seres que, según la mitología griega, poseían poderes sobrenaturales y eran peligrosos para el hombre. Este héroe helénico, era hijo de una relación adultera de Zeus; y era famoso por poseer un gran coraje y orgullo. Por su sencillez y su espléndido vigor sexual. Durante su viaje, Hércules vagaba por los bosques que ahora ocupan nuestra cordillera, hasta que un día se encontró con Pyrene. Inmediatamente, ambos quedaron prendados el uno del otro de forma irremediable. Lo que podría llamarse un amor a primera vista.
Durante meses, intentado mantenerse fuera de los ojos de Túbal que rechazaba esta relación, se encontraron a escondidas en lo más profundo del bosque. Hasta que finalmente un día fueran descubiertos por el rey. Éste prohibió de inmediato los furtivos encuentros y expulsó a Hércules fuera de sus dominios. Sin embargo, el héroe nunca perdió de vista a su amada, y aún en la distancia se mantuvo siempre alerta y pendiente de ella. Y así pasaba el tiempo, con el sufrimiento de los amantes obligados a la separación, hasta que un día se cruzó el monstruo Gerión en su camino.
Hércules debía completar mientras tanto los trabajos que se le habían impuesto, entre los que se encontraban, además de los ya mencionados, el de llevarse los toros rojos de Gerión. Se trataba de la décima labor forzada. Gerión era un ser antropomorfo gigante con tres torsos y sus correspondientes cabezas y cuernos, unidos a un mismo cuerpo. Su rebaño se encontraba en una isla situada en los confines de la tierra. Hércules se enfrentaba pues a una ardua misión, en la que la criatura también perseguiría al héroe helénico para evitar el robo de su manada, con la mala suerte de encontrarse con Pyrene en su camino. El monstruo cayó inmediatamente rendido ante ella.
Pero el amor de la princesa por Hércules seguía intacto, y ofrece a Gerión una rotunda negativa. El monstruo no lo acepta, sometiéndola a una persecución que la conduce hasta lo más profundo del bosque con el fin de huir de él y esconderse. Gerión acude al fuego para hacerla salir, envolviendo en llamas las copas de los árboles. Pyrene se esconde más y más, cada vez en los lugares más frondosos y oscuros, pero finalmente queda atrapada por las lenguas de fuego. Viendo su desdichado destino y su inminente final, comienza a llorar. Unas lágrimas que con el tiempo acabarán formando los ibones, esos lagos helados de las cumbres pirenaicas.
Las Raíces.